Ayer renové mi pasaporte caducado hace meses. A lo mejor era mi petición oficial a los Reyes Magos, ya sabéis: yo pongo el pasaporte y ellos el viaje. O tal vez solo quería mantener la ilusión de un posible viaje lejano, una lejana ilusión.
Al abrir mi nuevo documento leí que la fecha de caducidad es el 30 de diciembre de 2019, casi ná. Ponen en mis manos justo al inicio de año (de una década) un libro en blanco que me servirá para los diez siguientes. Seré yo mismo el que pueda ir rellenándolo con visados exóticos, viajes paradisíacos, recuerdos viajados. Diez años tengo para completarlo o dejarlo vacío porque lo que de verdad importaba lo tenía cerca…
Que será, será. Es esta sociedad a la que en todo ponemos fecha de caducidad, que si los yogures, los medicamentos, hasta los condones. O quién no ha oído esa expresión -‘no les doy ni tres meses…’-.Y así con la tontería del fin de año y lo que está por venir me ha dado por pensar en que también llegará mi fecha de caducidad. Me convertiré en aburrido, asexual, agilipollao’ o tal vez las tres, o alguna otra cosa que comience por a.
Como veo que la cuestión es darse prisa, me he guardado el pasaporte en el bolsillo y he viajado, de momento, hasta el centro de Madrid para empezar con unas copas, y lo que venga. Aquí ando celebrando que tengo todo un año por descubrir, y si alguien me quiere sorprender lo tengo todo preparado en el bolsillo, a un lado el pasaporte y al otro un par de condones…