Recuerdo hace un puñado de años haber quedado para una especie de cita a ciegas. Lejos del actual mundo de webcams y antes de que nos rodearan las redes sociales y los perfiles, lo de quedar con alguien al que no conocías tenía su cosa.
Era un dos por dos, vamos, una cita a ciegas doble con lo que elevamos la apuesta de riesgo y morbo porque hay que repartirse de algún modo. Entre decide tú y te propongo yo, mi colega y yo ni cenamos. Además llegamos un pelín tarde allá en la mismita Puerta del Sol. Lo que vimos no nos decepcionó para nada eran dos bellezas imponentes. Ya perdonados por llegar tarde (sería que lo vieron tampoco les pareció nada mal) tuvimos que poner sobre la mesa la frasecilla de ir a picar algo…
Fuimos a parar a una tasca donde ponían unas buenas raciones. Y dado que nuestras citas (que ya no eran ciegas) eran muy exquisitas, pidieron una copita de vino. Nosotros con el hambre, el ansia y la emoción, unas buenas jarras de cerveza y un par o tres tapas bien consistentes…
La foto fue más que patética, nosotros devorábamos hasta las migas de pan mientras hacíamos por intentar dar conversación (con la boca llena), pero es que el hambre y la hora nos mataban por dentro. Apenas les miramos directamente a los ojos pues lo que había que ver estaba sobre el plato. Cuando sorbían su copita de vino nosotros aprovechábamos para pinchar la morcilla. Y claro pasó lo que tenía que pasar que esa noche no nos comimos nada. Eso sí saciados de embutido sí que acabamos.
Aprendí importantes lecciones esa noche: de casa sal comidito, si tu cita pide un copa de vino tírate el rollo haciendo lo mismo y, por favor, cierra la boca mientras pruebes una ración de fritos… Buen finde!!!