No sé, no sé qué tiene esto de empezar los años que siempre queremos verlo acompañado de un halo purificador en forma de promesillas que gustamos de hacer con la boca muy grande: ‘pongo a dios por testigo de que …”. Es ese rito de iniciación que se consuma con las cenizas de fin de año. Una orgía de excesos que ya tenemos olvidado un par de semanas después.
También es cierto que para nuestros adentros nos prometemos cosas menos confesables o directamente nos tiramos el rollo. Como mi amiga: ‘prometo dejar de usar el consolador, éste es va a ser el año de una buena tranca…’. Ya sabéis prometo, y prometo hasta, que otra vez caigo, y me lo meto (el aparato como en este caso).
Hace unos días ayudaba a un amigo en la compra de los muebles para su nuevo piso. El paseo por Ikea nos llevó modernos modelos de mesilla de noche. Mi amigo cubicaba con sus manos sobre el aire e ingenuo yo pensaba que era para hacer idea de los espacios y limitaciones. Algo había de cierto pues en ese instante me confiesa que ese modelo no era los suficientemente grande para que cupiera su consolador…
Abramos pues los ojos porque el qué elijamos para acompañarnos noche tras noche importa. Así que a mí mismo me ha dado por detener la mirada en mi mesilla de noche y qué contiene. Y lo que abunda es una enorme pila de pañuelos de papel a modo de consolador. Elegí eso mismo en su momento y creedme ahí cabe toda mi vida, lo mismo sostiene una lagrimilla que algún fruido corporal…