Los domingos como día más relajado de la semana me da por rememorar la infancia. Siempre me asoma una sonrisilla a la que se junta una enorme sensación felicidad interna gracias a esas pequeñas fotos del recuerdo que retornan del pasado.
Así, recuerdo con cariño cómo mi abuela rezaba por nosotros todos los días y así nos lo decía. Con mi tierna edad suponía que era lo que debían hacer los mayores, entre otras muchas cosas rezar por los nietos. Me sentía reconfortado (y mucho) cada vez que oía sus palabras.
En la actualidad, y al menos la gente que me rodea no se lleva mucho eso de rezar. Tal vez, en este nuevo siglo se ha sustituido por otros modos: un fuerte abrazo al reencontrar en el tiempo a alguien, un buen par de besos y nuestra mejor sonrisa al saludar a otro,…
Casi veinte años después tengo claro que nadie reza por mí y aunque recién llegado a Madrid ya me siento arropado por gente que, tal vez, sin necesidad de expresar en voz alta que desea lo mejor para mí. Yo mismo lo hago con mis amigos y conocidos, me emociono ante la posibilidad de que encuentren trabajo, o de cómo ha salido un examen,… Me gusta participar de esas sensaciones, de ese puñado de cosas buenas que nos reserva la vida.
Ojalá, aunque no sea a modo de rezo, ni se cruce religión alguna nos aborde de vez en cuando un grato pensamiento. Así os lo dejo hoy relatado, abandono el domingo aún con la sonrisilla en la cara y enviando a todos mis mejores deseos…