Hubo un tiempo, en época de la serie cuéntame, en que los españolitos vestían su ropa interior de eso mismo, princesas-ellas abanderados-ellos. Llegados al siglo XXI y al vestuario de mi gimnasio parece que las cosas han progresado, a mejor afortunadamente.
Ellos visten con colores llamativos, marcas que todos tenemos en mente (aunque sean del rastro), incluso el finde se nota un esfuerzo por agradar donde lo íntimo asoma en la noche por encima del pantalón. Es más, los cuerpos se complementan con piercings en zonas estratégicamente morbosas, al igual que unos tatuajes unidos a un moreno de verano o de rayos que rayan la perfección.
Eso es en Chueca donde el culto al cuerpo y al textil se nota. Por circunstancias varias, la semana pasada me tocó acudir a un gimnasio de barrio, el mío. Fue entrar en el vestuario y retrotraerme al siglo anterior. Lo que vi allí me dio tal bajón que mi modesto esfuerzo por ir a la moda chocaba con el resto. Vale que no nos podemos permitir unos Dolce & Gabanna como los de la foto, ni que el equipo de fútbol/rugby cachas nos rodee, pero por dios que las madres dejen de comprar esos abominables slips a sus ya maduritos hijos y que se note un poco en qué siglo estamos… Lo dicho para muestra, una foto.